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Demasiado gas para tan poca luz

La mala gestión del oligopolio eléctrico llevó a una sobreinversión en centrales de gas, un error que estamos pagando todos. 

Uno de los aspectos más notables de la actual crisis energética es el funcionamiento al 10 % de las centrales eléctricas de gas, de lo cual se quejan amargamente sus propietarias, las grandes eléctricas (‘Mucho gas para tan poca luz‘).

Solo esto debería estar ocasionando graves pérdidas a dichas compañías, de modo que la queja parece justificada. Aparentemente. Para analizarlo en detalle podemos ir al origen.

A principios de este siglo y amparándose en el considerable crecimiento económico de España como resultado de la burbuja inmobiliaria, se consideró al gas natural como una opción energética conveniente: menos contaminante que el carbón, más barato, y cuyas centrales de generación eléctrica se construyen en plazos cortos —de 6 a 12 meses— y sin grandes costes en comparación con otras centrales.

Si a esto se añade una financiación barata y abundante, y fuertes incentivos estatales que permitían recuperar hasta un 30 o 40 % de la inversión, la explosión inversora estaba servida, como así ocurrió efectivamente. Dicho sea de paso, las subvenciones están contabilizadas dentro del término de los costes fijos del recibo eléctrico, los denominados peajes, que pagamos todos los consumidores. En pleno estallido de la crisis y hasta muy recientemente –casi hasta 2011– se siguieron instalando centrales de ciclo combinado por un importe total de unos 15 mil millones de euros, y con una potencia de 27 gigawatios, que resulta en 0,55 euros por watio instalado. Conviene señalar que hoy día el precio de los paneles fotovoltaicos ronda esa cifra y que el combustible, el sol, es gratis, por comparación al gas que hay que pagarlo: en otras palabras, se mire como se mire, la fotovoltaica es hoy por hoy mucho más barata que el gas.

Persecución a las renovables

El estallido de una crisis que dura ya 5 años, y se prevé que dure varios más, ha reducido la demanda de electricidad, y con ella las operaciones del conjunto de estas centrales al 10 % aproximado de su potencia instalada, ante lo cual las empresas propietarias han reaccionando culpando a las renovables de ser el compendio de los males de todo el sistema energético, y consiguiendo que gobiernos de diversa índole las hayan sometido a una persecución imparable.

Los supuestos «argumentos» son bien conocidos: las renovables necesitan el respaldo del gas, son muy caras, y en definitiva son un lujo innecesario.

Sin entrar en una disección detallada del sistema energético español, estas afirmaciones acerca de las grandes pérdidas en las que están incurriendo a causa del gas chocan con los altísimos beneficios obtenidos por el oligopolio, que este año alcanzarán unos 12 mil millones de euros, a los que habría que añadir el supuesto préstamo que hacen a la sociedad de otros 5 mil millones, a través del denominado déficit de tarifa, que recoge unos costes nominales no retribuidos, y que según el oligopolio son reales. En total, unos 17 mil millones, aproximadamente un 1,7 % del PIB español que obtienen las multinacionales del oligopolio, cuatro de ellas extranjeras, y otra dominada por el emirato de Catar.

Pocas dudas caben hoy de que la crisis era previsible ya en 2008, como muchos economistas lo venían advirtiendo, pues el crecimiento exagerado de España se basaba en pilares poco firmes y con signos evidentes de no sostenibilidad: la burbuja inmobiliaria, que entre otras cosas generó el fuerte déficit externo con el consiguiente endeudamiento, fundamentalmente con bancos alemanes y franceses. Y dentro de esta burbuja se generaron otras, como es precisamente la extraordinaria sobreinversión en centrales de gas, burbuja que entre otras cosas nos obliga a invertir en almacenamientos subterráneos a precios disparatados e inseguros, y a participar en infraestructuras faraónicas, como el gasoducto del Magreb.

Un problema de mala gestión

El problema con el oligopolio eléctrico, por las razones antes citacas, es simplemente de una mala gestión, que ahora quieren hacer pagar a los consumidores y pequeños y medianos empresarios.

Este oligopolio, de hecho, está estrechamente ligado con el Estado –las puertas giratorias–, y su negocio está siempre basado en sustanciosas subvenciones más o menos encubiertas como en el caso del gas, y en ejercer su poder monopolístico frente a un modelo de capitalismo eficiente y competitivo: la misma Comisión Nacional de los Mercados, aunque ha retirado la acusación de manipulación de la última subasta que fija el precio al consumidor para el trimestre próximo, ha sugerido que hubo movimientos extraños, y retiradas de capacidad ofrecida no justificadas. En otras palabras: manipulación del mercado.

Y si todo falla, siempre está de nuevo el recurso a papá Estado para culpar a los demás –las renovables en particular–, y exigir compensaciones por lo que no son otra cosa que sus errores de gestión: pretenden, por ejemplo, hibernar sus centrales de gas, y que esos costes sean financiados, aumentando de nuevo el recibo de la luz a través de los peajes, ni más ni menos.

Este comportamiento es bien conocido en economía, de acuerdo al cual grandes empresas se arriesgan más de lo debido, y si el riesgo se materializa negativamente, se recurre al apoyo del Estado, pues se trata de empresas demasiado grandes para caer –moral hazard; a la banca se le suele acusar de practicarlo–. Más aún, si aparecen competidores más eficientes en el mercado, se busca el apoyo del Estado para que directamente prohíba su actividad o la haga inviable, como es el caso del autoconsumo fotovoltaico.

El oligopolio eléctrico no es competitivo ni eficiente

El análisis presentado en este post es necesariamente incompleto, pero permite extraer algunas conclusiones inmediatas.

La primera es que el oligopolio eléctrico ni funciona en régimen de libre competencia, pues está fuertemente apoyado por el Estado, ni tampoco es competitivo ni eficiente desde una perspectiva liberal-capitalista. La respuesta es que, además de otras medidas, hay que modificar este sistema, pues la liberalización a medias no ha funcionado, y la mejor solución en el plano institucional sería introducir competitividad troceando las grandes empresas.

No existe ninguna razón económica que justifique la supuesta eficiencia de los grandes conglomerados actualmente existentes, y en particular no están justificados por presuntas economías de escala –a mayor tamaño más eficiencia–: dos centrales nucleares no son más eficientes que una.

Pero lo que está fuera de toda duda es que el actual sistema de privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas es hoy, con la crisis que estamos padeciendo, más inaceptable que nunca.

La segunda conclusión es que los actuales gestores de las empresas del oligopolio han mostrado una manifiesta incapacidad de gestión en un entorno de capitalismo libre y competitivo, y sus accionistas deberían considerar seriamente sustituirlos. Esto sería positivo, tanto para ellos como para toda la sociedad.

Y finalmente, no se trata de demasiado gas para tan poca luz, sino, simplemente, de demasiado gas y pocas renovables.

Fuente: Todo sobre energía

Acerca de Jorge Insa

Soy un apasionado de la tecnología y la naturaleza, si juntas las 2 descubres todo un mundo de posibilidades con las energías renovables. Y como todos tenemos que trabajar, yo lo hago siguiendo una idea bien clara, la sostenibilidad del planeta. Mis esfuerzos están dirigidos a promover, divulgar y concienciar a la gente en el uso de energías alternativas por un futuro sostenible.

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